Qué trite es intentar no mezclar, no mezclar a tu mujer con tus amigos, a tus hijos con tus compañeros, a tus padres con tus familiares políticos, etc etc, y al final, quedarte sin nada!
Esto también pasa en el trabajo, y me refiero a no mezclar, en este caso, los diferentes trabajos dentro de un mismo lugar de trabajo ( valga la redundancia), a ver si se entiende...a veces prejuzgamos a las personas, es decir, las juzgamos antes de tiempo, y cuando digo "tiempo", me refiero a antes de conocer a esa persona. Y veo que es muy común, normal, o tradicional si se le quiere decir, la falta de colaboración entre compañeros por el sólo hecho de no mezclarse con ésta o aquella persona, simplemente por el hecho de que no nos caiga bien , o no nos guste su forma de ser, y ésto es lo que se llama PREJUZGAR -> no conocer a ese o a esa compañera/o antes, y lo juzgamos con la condena de no asistirlo, de no apoyarlo, de no acompañarlo. Cuando lo más fácil sería mezclarnos, conocernos, y quien te dice no llegás a ganar a un verdadero amigo/a el día de mañana.
Pero para terminar ésta reflexión quiero dejar en claro que una de las vías para hacer amistades es la comunicación, pero la comunicación sincera, aquella que te lleva a conocer a la otra persona de corazón, desde el alma.
Así que... a mezclarse oyentes, que es la única manera de cosechar buenas amistades!!
Había una vez un señor que tenía un sirviente bastante tonto.
El señor no era tan mezquino como para echarlo, ni tan generoso como para mantenerlo sin que hiciera nada, (que es lo mejor que se puede hacer con un tonto!). El caso es que el señor trataba de darle tareas sencillas para que el tonto “sirviera para algo”. Un día lo llamó y le dijo:
—Anda hasta el almacén y compra una medida de harina y una medida de azúcar. La harina es para pan y el azúcar para dulce, así que: Que no se mezclen. ¿Me escuchaste? ¡Que no se mezclen!
El sirviente hizo esfuerzos por retener la orden: una medida de harina, una medida de azúcar y que no se mezclen...
Que no se mezclen. Tomó una bandeja y partió al almacén.
Camino al almacén repetía para sus adentros “una medida de harina y una medida de azúcar pero que no se mezclen!”
Llegó al almacén:
—Una medida de harina, señor..El almacenero metió el jarro de la medida en la harina y la sacó colmada. El sirviente acercó la bandeja y el almacenero vació el jarro sobre la bandeja.
—Y una medida de azúcar –dijo el comprador.
Otra vez el almacenero tomó una medida, la introdujo en el gran cajón y la sacó, esta vez llena de azúcar.
—¡Que no se mezclen! –dijo el sirviente.
—Y entonces ¿dónde pongo el azúcar? –preguntó el almacenero.
El otro pensó un rato, y mientras pensaba (cosa que buen trabajo le costaba), pasó la mano por el lado de abajo de la bandeja “dándose cuenta que estaba vacío” (¿?), así que en una rápida decisión, dijo:
—Acá –Y dio vuelta la bandeja derramando, por supuesto, la harina.
El sirviente dio media vuelta y volvió contento a la casa:
una medida de harina, una de azúcar y que no se mezclen.
Cuando llegó el señor de la casa lo vio entrar con la bandeja de azúcar, le preguntó:
—¿Y la harina?
—¡Que no se mezclen! –contestó el tonto— ¡Está acá!... y en un rápido movimiento, dio vuelta la bandeja... derramando también el azúcar...
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